Las emociones reprimidas

Lo que era y no fue.

Lo que nunca supe.

Lo que callé.

Lo que me ayudaron a callar.

Lo que sentí y desvalidé.

Lo que hice bien o mal, a juicio de otros.

Y ahí, entre tanto sentimiento reprimido la emoción central de mi niñez: la ira.

¿Por qué la ira preguntaré? y lo que llego no fue una respuesta, sino un abrazo de la energía único, punzante, sin ser doloroso algo que calaba hasta los huesos. 

La ira de tragarme las palabras, de mover los puños nerviosamente hacia fuera, de tener que soportar una y otra vez ser negado, desprovisto de toda integridad, de la existencia.

Hoy vino a visitarme la ira, lo hizo en forma de migraña. De esas que te duele tanto que no puedes ni respirar. Pasé 3 años con ellas, recuerdo su aliento, su sabor, la sensación de tener un vidrio clavado en el centro de la mente. -Ahhhhh-, respira.

Ojalá hubiera sido antes así, tan abierto para contar detenidamente lo que me dolió, pero no lo era. Me lo callaba todo. Con 20 una novia estudiante de psicología me bautizo con un término muy apropiado para mi nombre, alexitimia, sin más dilación que para ponerme una etiqueta.

No era eso.

Era la ira que había guardado durante años. La que en el subconsciente se resuelve hoy como si fuera ayer. 

No provenía solo de esta vida, navegando por el interior de mi ser encontré la raíz más profunda de esa ira, un comportamiento de negación en todas las memorias que recuerdo menos en cuatro. Siempre el mismo plante, siempre el mismo puño cerrado.

La ira por ser lo que fue. Por ser lo que soy.

La ira por no dejar que salga fuera, por tener que lidiar con la comprensión del inocente. ¿Quién soy yo para incomodar al otro con la ira que siento cuando transgrede todo mi espacio interno?. ¿Qué le digo a ese amigo que sin ton ni son te dice «te estás quedando calvo, por si no lo sabes»?.

No es que no lo sepa, es que el pelo, como leí una vez, cuenta una historia. Mi historia. La de un padre biológico calvo y la de la ira que me guardé hasta que tuvieron que meterme en un ensayo clínico para las migrañas. El paciente 0 de Madrid. Ahí comenzó a caerse.

Pero tú no lo sabes, porque no te lo conté. 

No es que me importe, pero, de hecho, me siento orgulloso de ser lo que soy, y me sirve para aceptar partes de mí y decirme aunque no soy perfecto, soy suficiente para mí.

De eso se trata todo. De amarte, de respetarte, de poner un asterisco donde no se te cuida. O donde no quieres cuidarte.

*No volver. Aquí solo le interesa lo que ven.

 

Lo bueno es que de todo aprendí a hacer arte

Pero no lo entienden. He perdido amigos (y no uno) por decir la verdad de lo que sentía, no por herirlos juzgando sus dramas. Que a veces también, puesto que la ira, esa que callas, al final busca camino para salir.

Hoy, y retomo el hilo, salió en forma de emoción pura, en forma de sentirme por una vez sostenido en mí mismo, en decirme que lo que siento cuando siento ira está bien, que no necesito la comprensión de nadie mas que de mí, que eso ya es suficiente.

Lo mejor que he hecho en mi vida ha sido convertirme (on going) en la versión más pura que puedo ser, siendo el silencio en el despertar que siempre me arrulla, bailar descalzo bajo la lluvia, caminar con pies de oro allá donde voy repartiendo sonrisas.

A algunos no les gusta. Les recuerda lo que pudo ser y no fue.

Igual que me lo recordaba a mí.

Así que hoy celebro la ira que me trajo hasta aquí. A la abuela y a la madre que la parió que juntas enseñaron a toda una generación a comerse lo que sentían, que lo importante, dicen, es el Amor, pero hechos son amores y no buenas razones.

No te culpo abuela, pero te quemarás en tu propio infierno, como ya estás haciendo. En el infierno de ser lo que tuviste que ser. Tu Alma aprenderá y verá compensado su esfuerzo en otro plano, de hecho, ya lo es. No creas que no lo veo.

No existe el bien o el mal, pero sí lo que dices o dejas de decir. Para mí ahí está el mal, con Quirón en Géminis y una epopeya de voces danzantes en mi interior que dicen -exprésate aunque es lo último que debas hacer-. Aunque a veces es mejor guardar silencio, no por incomodar sino porque no merece la pena. 

No en ese lugar. Con esa gente. Con quien no te entiende ni hace por entenderte, menos, con el que no te respeta.

Sé que es una cuestión difusa, y así lo expreso.

Por lo menos sé que hago lo que puedo.

Y eso es más que suficiente.

Por los siglos de los siglos,

Amen.

Y no conduzcan a la muerte de los sentimientos.

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