La fotografía es una máquina del tiempo

Viaje en el tiempo: 2013-2022

Llevaba un tiempo queriendo hacerme esta fotografía, por desgracia carecía de aquel sombrero tan simpático que tuve tiempo atrás, hasta que, después de pensarlo, apareció mi padre particular en forma de padrastro con uno del Oktober Fest.

-Oh, wow- exclamé, justo lo que estaba pensando.

No es la primera vez que últimamente pienso algo y se materializa a los pocos días o semanas, esto que algunos llaman la ley de atracción yo le llamó el gurú del karma, es decir, que todo lo que me debe el Universo ya era hora de que me fuera llegando en forma de regalo. 

En verdad, como en serio, me sorprende que todo aquello que piense se termine haciendo presente en el modelo en el que vivo, desde oportunidades laborales, trabajos, viajes, personas, de todo, y ahí comencé a plantearme que estaría pensando aquel Alejandro del 2013 para tener la cara que tiene, porque no me digas que no es un viaje sideral hasta el momento presente, para que luego digan que los buenos vinos no tienen que envejecer.

2013 época dorada

Contaba yo con 26 años por aquel entonces, oh, la dulce plenitud de la vida física y mental. Ñec, error. Comencé a hacer fotos porque ni siquiera podía expresar con palabras aquello que sentía dentro, imagínate, la única forma de poder conocer que era eso que ni siquiera podía expresarlo era ponerme delante de una cámara y en aquel entonces, dos años a de ponerme en serio con la foto, estaba yo con ese rostro hinchado y compungido tratando de entenderme sin éxito alguno. 

La verdad es que siempre la fotografía me ha causado fascinación, y a su vez, decadencia. Desde tiempo inmemoriales del ser siempre estuve revisando viejas fotografías recordando aquello que me hizo feliz, pequeños momentos congelados que detrás escondían una historia, mi historia, pero en realidad una mentira tras otra puesto que nadie puede otorgar el valor de una imagen si no ha pasado por ella, si no la ha vivido.

Recuerda la primera vez que fuistes a casa de tu noviete/a a que su madre te enseñara el álbum familiar. Ahora te muestran el Instagram con recetas de cocina y si eso la página de Facebook que crearon cuando se creó el mundo, pero antes, si eres de mi generación, tenías que pasar por aquel bodrio de momento esperando que terminase antes que tarde.

Recuerdo muy bien ver imágenes sobre imágenes que para mí no significaban nada puesto que no era parte esencial de ellas, esa imagen no había pasado por mí por lo que sólo podía evocarme cierta emoción, nostalgia, como dicen en Mad Men, «el dolor de una vieja herida».

Y ahí estaba sentado yo hace casi 10 años, delante de todas mis heridas en fila preguntándose si algún día iba a mirarlas a la cara honestamente.

No tenía respuesta para eso, pero al menos lo intentaba con las imágenes.

El vídeo que lo cambió todo

Noviembre de 2014. Alrededor de las 10 de la mañana. Madrid, unos 12 grados de temperatura externa. Estaba yo sentado cómodamente mientras escuchaba a un profesor de fotografía contemporánea hablar sobre conceptos que realmente no me importaban demasiado, no hasta ese momento, no había esencia, no pasaban por mí. Hasta que llegó ese vídeo que tienes arriba.

Como otras tantas veces me tragué las lágrimas en público, esas mismas lágrimas que un día lograría derramar para que pudieran limpiar el pantano interno, pero a su vez sucedió algo, entendí algo, sentí en lo más profundo de mi ser que debía hacer aquello que nunca había tenido el valor de hacerlo, no desde aquel día.

El día que comprendí que el mundo dolía demasiado como para vivir en él, que yo, de piel sensible, era demasiado fino como para que cualquier cosa no me atravesara, que me tendría que sentar en el diván de la fotografía otra vez para ver si encontrase el camino de nuevo a casa, a mí, a la memoria que una y otra vez me dolía.

Pero lo que hice fue ponerme una máscara. O en realidad exponerla al mundo, puesto que era lo que siempre había llevado puesto. Yo seguía con mis experimentos fotográficos que me catapultaban a partes de mi ser que no conocía pero que fotográficamente se expusieron a todas luces, luces claro, tornados en oscuros ya que no dejaba ver más allá de lo que mostraba el exterior.

2014 - Alejandro y su máscara facial

¿Para qué mostrarme? si solo hay oscuridad en mi interior, pensaba.

Pero ese dolor, esa nostalgia, esa vieja herida, punzaba con fuerza, y aunque ya sabía lo que tenía que hacer no tenía el valor suficiente para hacerlo, no hasta que pasaron 2 meses, y volé en mi máquina del tiempo hacia atrás a un pasado que nunca existió, inventando así, mi propia rueda.

Donde el pasado y el futuro se cruzan

La gente no entiende que la fotografía, el vídeo y en realidad cualquier imagen son construcciones pero que por el efecto de semejanza que tienen con la realidad forman una base muy válida para construir ésta entorno a un relato. Esto se puede ver fácilmente con los noticieros o periódicos de la prensa donde se elige el encuadre determinado para verificar que sucedió aquel hecho que se eligió como importante para la narrativa, ¿pero y el resto?.

Y así estaba yo a finales de 2014 intentando reencuadrar lo que me parecía imposible, el puñetazo en la mesa definitorio para empezar a quitarme la máscara de encima, cosa que no había hecho nunca y me daba un miedo terrible, a que me vieran, a mí, a ese que se había escondido siempre en la cuarta fila para no hablar con nadie y que se ponía delante de una cámara en solitario para descubrirse en soledad, por miedo a que si conocieran lo que había dentro, me dejaran más solo de lo que estaba.

Así fue como lo decidí, por primera vez quitarme la máscara y contar algo que hasta entonces me daba vergüenza, que no conocía a mi padre y que iba a crear un proyecto buscándole por internet para hacer un álbum de fotografías que nunca había existido. Et voilá, había vuelto otra vez al organigrama mental de recoger las historias viejas que acumulaban polvo dentro de un álbum y creer que me pertenecían aunque fuera por un momento.

Y así contradije la construcción de la fotografía como relato veraz de la historia, de mi historia y de otras tantas historias que se daban como reales porque había prueba de ellas, esto no es que fuera nuevo sino una corriente postfotográfica que ya jugaba con los márgenes de la imagen y que utilicé como excusa, o como máscara, para poder entrar en el territorio vedado de aquellos ojos tristes por primera vez y exponerlo al mundo.

Como dicen primero solo la puntita, que ya vendrá el resto.

Si te das cuenta todos hemos tomado alguna vez el hacer fotografías como la máquina perfecta de crear recuerdos, -¿pero qué recuerdos quieres crear?- comencé a plantearme tiempo después, ya que, una vez madurado aquel proyecto y cumplido su cometido fue el darme cuenta de si realmente yo quería tener en mis recuerdos a alguien que no quería estar en mi vida.

Y todo esto contado a través de la imagen.

Y si te dijera que todo fue photoshop, ¿me creerías?

Cerrando el círculo

Así llegamos de nuevo a este 2022 que ya está claudicando para entrar de lleno en la era de la desinformación, lo que ves es lo que es y esto es así porque tengo pruebas. Permítame que lo dude y me mofe de tus pruebas, de tu ciencia y de todo aquello que tiene una narrativa detrás.

No quiero ponerme negacionista, que conste, pero es que hay cosas que se caen por su propio peso ante una mirada afilada y sincera sobre la realidad. 

¿Que yo quería tener un padre y una familia como todo el mundo?. Sí.

¿Que lo tenía?. No.

¿Que eso era una de las tantas cosas que me dolía y me hacía sentarme noche tras noche delante de una cámara para mostrarme al mundo cuando no podía expresarlo?. Sin duda.

¿Que terminé por desechar la fotografía como lenguaje principal cuando pude expresarme a mí mismo sin miedo?. Aleluya.

¿Que la realidad no es nunca lo que parece?. No tengo más preguntas señoría.

Y por eso recorro este viaje en la máquina del tiempo, para ponerme con un sombrero nuevo, ojos renovados y mirada de centurión ante la cámara y recordarme que el camino que recorrí no fue en vano, que aquellas imágenes que lastimosamente se entregaban en mi computador para decir «ánimo, tú puedes, lo estás haciendo bien» tuvieron su sentido en todo esto y en que si algo he aprendido es a creer en lo que siente mi corazón y mi ser al completo, no en la mentira imaginada que yo mismo un día quise creer. 

Alea jacta est.

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