Siempre que veo esta película me plantea algunas cuestiones. La primera es que siempre, pero siempre, termino llorando. Es una historia que me conmueve, la historia de una vida entre vidas que no sigue el cauce normal de las cosas y siento, que a veces, tiene un poco que ver con la mía.
Entiéndeme, yo no nací pareciendo un viejo arrugado por fuera pero sí que me sentía así por dentro. Desde pequeñito recuerdo sentarme en el viejo sofá de la casa donde vivía y pensar en que estaba cansado de vivir. No entendía muy bien como era que siendo un niño podía sentirme de esa manera, aquello no tenía sentido pero era la sensación que me quedaba después de llevar vagando ¿seis? años por esta tierra.
Recuerdo con cariño los momentos de entonces porque aquello que parecía una vieja sensación se convirtió en una realidad para mí, una realidad pesada y aplastante que me hacía suplicar porque todo se terminara… cuando tenía ni 15 años. Era la vieja sensación de haber estado caminando durante demasiado tiempo, como si ya hubiera sentido todo lo que tenía que sentir y que todo era como un regurgitado de algo que ya había vivido en algún momento, viejas conversaciones, viejas relaciones, viejas formas de estar y de ser y viejos parámetros para decidir si quería continuar con ello o no. Así sin dudarlo había interpretado que mi tiempo se había acabado apenas nada mas empezar.
Por eso llego a esta película con esa sensación, pero al revés. Como siempre he ido como salmón a la deriva y en contra de la corriente de todo. Mi madre me trajo a destiempo y por ello sufrí las consecuencias, llegué en un momento en el que compartíamos casa varias generaciones, desde mis bisabuelos hasta a mí, en cierta manera yo también me crié en un lugar en el que estaba lleno de ancianos y la muerte venía de vez en cuando para despedirse de alguien.
Si no exagero diría que era la casa más lúgubre de todas en las que he vivido, un maravilloso piso de 80 metros cuadrados distribuidos en un enorme pasillo con habitaciones a los lados, ahí habitábamos desde mis bisabuelos, abuelos, tíos, primos, mi madre, varios perros y algunos novios de las mujeres jóvenes que pasaban por aquella casa enloquecida con aire a geriátrico.
Y ahí me crié yo, entre cucarachas, orinales, peleas, humo del tabaco, 2 ventanas que daban a la calle y la que yo llamaba la habitación de los muertos, lugar en el que después del que uno entraba no salía para quedarse, no al menos en el mismo estado.
Todavía me pregunto como un niño puede vivir en un lugar así, y aún recuerdo con más claridad, después de haber recuperado el borrado selectivo de las memorias de la infancia de que, a pesar de todo, era feliz. Era feliz viendo como las cucas correteaban por encima de la comida, como los mayores se peleaban por entrar en el único baño de la casa, las trifulcas en los pasillos por que esto era el orden del día y también mi vieja canasta que colgué en el pasillo para jugar, porque si algo había en esa casa era siempre juego.
Siempre hubo alguien al que molestar cuando era muy niño, aunque luego cuando crecí ya no quedó nada de eso y a nadie le importó, pero durante un tiempo en el que yo no era consciente de nada me sentí como el pequeño Benjamin rodeado de personas mayores con sus conversaciones de abuelo, sus quejas de lo mal que iba el mundo, sus achaques y sus miserias de una vida tirada por el váter. No es que lo dijera yo, es que en mi familia se jactaban «de aquellos años buenos» en los que la familia venía de Francia y era importante y tenían joyas y glamour, yo no entendía muy bien de qué me hablaban porque donde vivíamos era lo menos glamouroso que se podía imaginar uno pero, de aquellos tiempos solo quedaban unas viejas fotografías con aroma a café desparramado por encima.

Cuando Benjamin creció
El problema de criarse entre viejos matriarcas es que te conviertes en uno de ellos. En vez de preocuparte de tus cosas de niño, de tus juegos y de las vicisitudes de la vida de tu edad te empiezas a enterar de todos los problemas familiares y de herencias que hay en todo el árbol genealógico, y en algún momento, te olvidas de jugar. Porque criarse entre viejos, como si vivieras en un geriátrico es algo decadente a todas luces, pero como a mi familia le gustaba por tradición vivir hacinados todos bien juntitos para que nadie pudiera hacer su vida y ser feliz pues ya se encargaban otros de pagar los platos rotos; normalmente, los que llegaban los últimos.
Así que en vez de hablar de D´artacan y los tres mosqueperros acababas terminando en conversaciones sobre el cáncer, los recuerdos dolorosos de un amor perdido o sobre la pena tan gran que era vivir en un valle de lágrimas como era la vida. Así era muy difícil prosperar como un niño feliz hasta que no pusieras tierra de por medio y te alejaras de la toxicidad de aquellas personas con las que tenías que convivir.
Lastimosamente pronto aprendí a que ser servicial con la familia era la mejor manera de mantener el vínculo de amor irrompible que nos había entrelazado por arte del destino, y que eso tan inviolable e imperturbable, la familia, era para siempre. Y que siempre había que amarla, fuera lo que fuera lo que pasase. Pero en realidad, aunque parezca mentir hasta este punto del relato, estoy muy agradecido por lo que me enseñaron. Sin ellos no sería la persona que soy ahora.
Estamos a 19 de noviembre de 2022, y yo nací hace unos treinta y seis años y pico en una noche de verano. Como ya he contado antes nadie en esta familia quería verme a mi llegada, de hecho unos meses después pensaron en darme en adopción pero no fue a buen puerto, pero lo que aprendí de todo ello es a ser feliz. ¡AY! Si te dijera que todas aquellas aventuras lo que hicieron fue hacer dormir a aquel niño para que en el momento adecuado se despertase, y por lo que parece, el momento adecuado es ahora.
No confundamos términos, algunos psicólogos de pacotilla hablan del síndrome de peter pan como si alguien que tiene que crecer no quiere hacerlo mentalmente, pero esto me parece una falta grave al derecho de las personas de ser como quieran ser. Mi expresión más pura es la de un niño que abraza, que juega, que se ríe, que confía en la vida y en todo lo que llega, que se sorprende por cada cosa y que va por la vida viajando ligero, en cambio, según algunos eruditos yo tendría que ser un adulto responsable el cual se preocupa de ganarse el pan con el sudor de su frente, pensar en cosas que le preocupes y poco a poco enfermar hasta caer muerto en su cama.
Quizás podría volver a aquella casa a la habitación de los muertos algún día para ser yo quien acabase allí.
En cambio, como te he dicho siempre he ido como los salmones contracorriente y eso me ha llevado a ser lo único que soy, la esencia más pura de mí, ese niño al que le brillan los ojos simplemente por despertar otro día aquí, aunque algunos días me aburra y me quiera marchar ya porque esta vida no me parece lo suficientemente emocionante.
Es raro y da que pensar, cada vez que alguien me dice «que debería madurar» le pregunto si madurar significa estar como ellos, tristes, cabizbajos, con un montón de problemas arrastrando su pasado y temiendo el futuro, si madurar es estar enfermo, seguir en el trabajo que no te gusta 8 o 10 horas al día porque te cagas de miedo al pensar en cambiarlo y que sigues dispuesto a pasar por el aro de lo que dicen tus familiares, amigos o parejas en vez de hacer lo que consideras correcto para ti o para tu vida. Si madurar es seguir enfermo física, psicológica y espiritualmente lo siento, nunca me vais a ver madurar, será que, como Benjamin, por fuera puedo parecer una cosa pero por dentro he navegado mis tormentas intertas hasta llegar a buen puerto en el que descansar.
Mi trabajo me ha costado, no creas, pero después de muchos años de conocimiento profundo de mí mismo puedo decir de manera orgullosa que por fin estoy feliz de ser quien soy, ese niño que sonría y se abraza contigo y que dice lo que piensa y que por eso no le importa tanto ya lo que dirán de él, si no lo que él quiere hacer.
Quizás madurar es hacerte cargo de tus mierdas internas y dejar de odiar a quien no tiene la culpa, quizás madurar es responsabilizarte de lo que de verdad quieres en tu vida y no de lo que te han enseñado, quizás madurar es, perseguir tus sueños, aunque todos digan que debes madurar.
Ay Benjamin, cuantos viajes te habrías perdido si hubieras madurado como todos lo hicieron…
El ocaso
Es curioso que esté más cerca de los 40 que de los 30, ya no digamos de los 20. Y que en vez de sentirme cada vez peor me siento más pleno, más joven, más feliz, más jovial, más divertido y mas simpático que antes.
Es curioso que lleve ya casi 3 años sin enfermarme ni una sola vez. Es curioso que todas las enfermedades que tenía desaparecieron. Es curioso que en vez de tener más miedo tengo menos. Es curioso que cada vez me veo más capaz de hacer más cosas en vez de menos. Es curioso que cada vez quiero a más gente y mucho más que antes, que tengo conexiones reales, fugaces o no, cuando antes eran sucedáneos de máscaras de baile. Es curioso que recuerde que el mejor memento es el que estoy viviendo ahora. Es curioso que cada vez tenga menos cosas y necesite menos, pero que lo que necesite sepa que puedo encontrarlo en cualquier parte, un techo, un poquito de comida, un cuaderno con un bolígrafo, un amigo, la magia.
Es curioso.
Veo a aquellas personas de mi edad que ya están con las crisis de ansiedad por no saber qué han hecho con sus vidas, con los achaques en la espalda del trabajo, con las barrigas cerveceras y las canas, las caras de cansados y todo lo que conlleva el mundo de las facturas, los contratos, las compra ventas y demás maravillas del mundo actual.
Realmente yo no entiendo nada de eso.
Sólo entiendo de personas. Sólo entiendo de amigos con los que jugar o con los que hacer algún plan. Sólo sé escuchar a la gente y saber cómo se siente con solo mirarlos. Sólo entiendo de la magia, las energeias, el Universo, La Paz, en Amor, estados alterados de conciencia, compartir unos con otros esa felicidad y como poder llevar a cabo mis sueños.
Debe ser que me perdí algún curso en el instituto, o que quizás esos mayores que me enseñaron algo en el tiempo todavía lo recuerdo como un aprendizaje, hay una frase que me gusta mucho y que acuñe yo que dice:
«El mejor regalo que te hacen tus padres son los errores que ellos cometieron»
Te puedes imaginar por qué.
Si no aprendiste nada de lo que hicieron tus padres, tus amigos, tus familiares o tus aliado es que no aprendiste nada.
Si viste como poco a poco se iba apagando la llama de su corazón y tú seguiste el mismo camino es que no aprendiste nada.
Si te dejaste llevar por el peso de la sociedad o de la familia o de lo que alguien esperaba de ti es que no aprendiste nada.
Pero siempre estás a tiempo.
No seré yo quien te juzgue de virar el barco a la edad que sea para encauzarlo en la dirección que quieres, de hecho aplaudiré tan noble acto si eres capaz de hacerlo puesto que, mientras sigas a tu corazón, todos nos vamos a beneficiar de ello.
No puede haber paz si no la hay primero en el interior de cada uno de nosotros, y te aseguro que por el camino en el que vamos es difícil encontrarlo, o te sales mucho y comienzas a andar tu propio sendero o es posible que acabes andando el sendero que otro marco para ti.
Pero de nuevo, como Benjamin, puedes ir y volver las veces que quieras, como si tuvieras que darle explicaciones a nadie.
No te confundas, las únicas cadenas que tienes son las tuyas propias y las que has creado para ti, pero nada en esta vida es irreversible, e incluso la muerte.
Puedes tener la excusa de la hipoteca, los niños, los adultos, el colegio, el perro, el coche, el trabajo, la tostadora de Ikea o mil cosas más pero en realidad todo se reduce a una: da mucho miedo ir por lo desconocido que nadie ha caminado y empujar por el sueño que tiene tu corazón esperando para abrirse.
Si no fuera así lo estaría haciendo todo el mundo.
Ahora tienes que decidir si lo haces o no, porque quizás eso sea lo que significa realmente madurar…
Así sea.